Piccini: “Valencia es nuestra casa y los valencianos nuestra gente”
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En el verano de 1991 aterrizó en el Valencia CF el delantero internacional panameño Rommel Fernández después de pagar el Club de Mestalla un elevado traspaso para la época al CD Tenerife. Nacido el 15 de enero de 1966, su nombre se debió a la admiración de sus padres al general alemán de la II Guerra Mundial Erwin Rommel. Recaló muy joven en España después de despuntar en un torneo amistoso que se disputó en Tenerife en 1987. Era alto (1,86 metros), muy potente físicamente, excelente cabeceador y valiente sobre el césped.
En el CD Tenerife marcó 8 goles en la temporada de su debut y fue clave en su segundo año con 17 goles para el ascenso a Primera División. Muy pronto se convirtió el ídolo de la afición chicharrera a la que le encantaba su profesionalidad, carácter y fuerza en el campo. Marcó 10 y 13 goles en las dos campañas siguientes en la élite del fútbol español. En el verano de 1991 el Valencia CF apostó por el ariete y se lo llevó a Mestalla tras pagar un alto traspaso de la época.
Todo lo que destacó en Tenerife no lo pudo repetir en Valencia, donde no acabó nunca de ser protagonista. Jugó 28 partidos oficiales, la mitad como titular, y marcó ocho goles, cuatro en un mismo partido ante el Arnedo en Copa. El otro delantero centro Lubo Penev tuvo más importancia en el esquema del entonces técnico Guus Hiddink y al acabar la temporada se marchó cedido al Albacete.
Durante su etapa en el Valencia CF Rommel mantuvo una buena relación con Carlos Arroyo, actual delegado del VCF Mestalla. “Se vino a vivir a una finca por Benimaclet, donde vivíamos otros jugadores como Tomás, Penev, Jon García o el propio técnico Víctor Espárrago. Alquiló un piso en el mismo bloque donde yo vivía y ahí empezó nuestra amistad. Al no tener carné de conducir me ofrecí a llevarlo cada día a la Ciudad Deportiva y, después, traerlo a casa. Era un chico muy callado, había que sacarle la conversación. En más, recuerdo muchos trayectos de ida y vuelta en los que podíamos no intercambiar ninguna palabra si yo no le preguntaba algo”.
Sobre el carácter del panameño Arroyo matizó que “era una persona muy tranquila, con un gran corazón, muy sencillo y al que le gustaba hablar poco. Eso sí, luego en el campo se transformaba en todo un valiente. Todo lo calmado que era en su vida normal después era un verdadero guerrero en el campo. Era un portento físico, se pegaba con los defensas para abrirnos huecos a los compañeros y metía la cabeza como nadie en cualquier sitio. Era un rematador de cabeza implacable. En los entrenamientos era una bestia y cada balón que se colgaba en el área ahí aparecía Rommel para rematarlo”.
Cuando se fue al Albacete siguió hablando con él de vez en cuando para saber cómo estaba. “Ese trágico día me enteré por la prensa de su muerte. Me quedé helado, no me lo podía creer. Me vinieron a la cabeza muchos momentos vividos con él durante esa temporada y detalles que siempre estarán en mi memoria. Alguna que otra vez venía a comer a mi casa con su primo y un amigo, y muchas tardes se subía a ver la tele. En los tres últimos meses me quedaba con él después del entrenamiento en Paterna y le dejaba el coche para que hiciera prácticas en el aparcamiento de la Ciudad Deportiva. Me dijo que quería sacarse el carné para no depender de nadie. Además, como vivíamos tan cerca, con el paso de las semanas, se fue abriendo poco a poco, aunque seguía siendo poco hablador. Antes de irse a Albacete me hizo un regalo y me dio las gracias por todo el apoyo y amistad que le había dado en ese año en Valencia. Nos dimos un abrazo y se fue. Lamentablemente, ya no lo vi más”.
Otra persona que convivió con Rommel fue Miguel Angel Bossio, actual embajador del Valencia CF y que en esa época jugó en el Albacete junto al delantero. “Llegué ya empezada la temporada, porque Víctor Espárrago quiso que fuera allí a ayudar al equipo. Y muy pronto conocí a Rommel con el que desayunaba todas las mañanas en un bar cercano. Era tranquilo, poco hablador y muy humilde. Era todo un ídolo en Panamá, en Tenerife donde jugó y en Albacete también lo querían muchísimo, pero él nunca se creyó más que nadie y se mostraba como un gran profesional dentro y fuera del campo”.
Bossio recuerda con tristeza ese 6 de mayo de 1993. “Quedamos varios de la plantilla a comer en un restaurante de un pueblo cercano donde hacían paella. Yo llevaba un tiempo pinchando a Manolo Salvador para que organizara una comida, y ese día llamó desde una cabina que había entre vestuario y vestuario para reservar una mesa. Pese a organizarlo Manolo no pudo venir, porque tenía que recoger a alguien en la estación. Acabó el entrene y nos fuimos a tomar algo antes. El tapeo se demoró y estuvimos más de una hora antes de irnos al restaurante. Zalazar me dijo si íbamos en dos o tres coches y yo le dije que, como teníamos sesión por la tarde, mejor que cada uno fuera con su coche. Lo que es el destino. Cuando ya cogimos la carretera para ir a ese pueblo oí un claxon por detrás y era Rommel, quien se apuntó a última hora. Saqué la mano por la ventanilla y le hice el gesto de que nos siguiera. No iba a venir, pero al vernos todos juntos quiso acompañarnos”.
Después, lamentablemente, llegó lo que nadie podía esperar, ese terrible accidente de tráfico. “Acabamos de comer y Zalazar, que era otro de los ídolos en Albacete, y Rommel se quedaron más tiempo en el restaurante haciéndose fotos y firmando autógrafos. Luego Zalazar me dijo que Rommel salió más tarde y volvió el último a Albacete. Era una carretera con desniveles y parece ser que tuvo la mala suerte de volcar en una recta con tan mala fortuna de chocar con un árbol. Su primo que iba en el asiento del copiloto salió ileso, mientras que el pobre Rommel se pegó en la cabeza y murió desgraciadamente poco tiempo después”.
Bossio llegó antes al apartamento para dormir una pequeña siesta antes de entrenar por la tarde y, entonces, recibió una llamada de teléfono. “Un periodista me dio la mala noticia y mi primera reacción fue de incredulidad. Le pregunté ¿Cómo? ¿Seguro que ha muerto? Si he estado comiendo con él hace un rato, no puede ser. Me lo confirmó y me quedé helado, no tenía palabras. El cruel destino se juntó ese día. Rommel no iba a venir a la comida. Quizá si no nos hubiéramos retrasado en el picoteo él se habría quedado en Albacete y aún estaría ahora vivo. Mi corazón se estremeció de dolor. No me lo podía creer, pero así fue. Todo el equipo, todo el club quedó conmocionado por su inesperada pérdida. Era muy joven, un niño grande que nos dejó demasiado pronto”.
Su vacío, todavía 27 años después, sigue muy latente en Albacete, donde está la Peña ‘Curva Rommel’ y que, cada 6 de mayo, deposita flores en el triste árbol contra el que chocó el coche que conducía el internacional panameño. También dejó huella en Tenerife, ya que siempre que viaja a Albacete varios representantes del club chicharrero comparten ese homenaje al internacional. Nuestro protagonista marcó uno de los goles más rápidos de LaLiga en un Albacete-Cádiz de la temporada 1992-93, a los 12 segundos de partido. La misma rapidez con la que nos dejó. Una auténtica lástima.
Fotos:
Francisco Martí /Archivo VCF
Emilio Viña / Archivo Pepe Vaello
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